Altibajos emocionales en la adolescencia 

La vida son relaciones y las relaciones mueven emociones. En la adolescencia, la construcción de la propia identidad se va a ir configurando en relación con los demás y en este baile de intercambios van a surgir irremediablemente las emociones como compañeras de viaje.

En esta sociedad no se nos educa para sentir ni se nos enseña a ser exploradores/as emocionales. Se nos enseña más bien a ser jueces y juezas de las emociones y algunas de ellas continúan siendo censuradas en función del sexo. Tradicionalmente al hombre se le ha arrebatado la posibilidad de conectar con la tristeza y a la mujer el poder expresar la rabia.

Me gustaría una vez más poder recordar que no existen emociones «buenas» ni «malas». Todas cumplen una función y nos traen un mensaje que es importante atender. Cuando justamente nos resistimos a sentir una determinada emoción lo que finalmente producimos es un desajuste en nuestro cuerpo y en nuestra psique. Ya lo señalaba el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung «todo lo que resistes, persiste».

De ahí que sea tan importante ocuparnos en entrenar nuestra inteligencia emocional, que invirtamos tiempo en ocuparnos de nuestros pensamientos y de nuestras emociones. Cuando más capaces seamos de acompañarnos como adultos/as más podremos acompañar a nuestros/as hijos/as adolescentes.

El objetivo no es alcanzar la felicidad perpetua. La vida no funciona así y siempre vamos a tener estímulos que van a movilizar nuestro mundo emocional.

Se trata de conocernos y de adquirir las destrezas para poder experimentar y expresar todas las emociones, regularlas y aprender a ajustarlas con la finalidad de alcanzar un mayor bienestar. Y esto se consigue haciendo cosas, con la práctica.

¿Qué emociones básicas conoces? ¿Qué emoción dirías que te es más difícil de sostener en ti? ¿Y qué emoción te cuesta más de acompañar en tu hijo/a adolescente? En tu casa, con tus padres biológicos… ¿se le daba espacio a las emociones o todo lo contrario? Son algunas preguntas que puedes empezar por hacerte a ti mismo/a.

Aprender a responder de manera adaptativa a las emociones es un factor de protección y para el éxito en la vida. El dolor forma parte de la vida, hay cosas que nos van a doler pero el sufrimiento es opcional y nos lo amplificamos muchas veces nosotros/as mismos/as a través de nuestros pensamientos, asociaciones mentales y hábitos.

En la adolescencia las emociones están a flor de piel y todo se siente con una grandísima intensidad como consecuencia de la sobre-estimulación de la amígdala y un córtex pre-frontal todavía en desarrollo. Con todo ello, es importante que como adultos/as y acompañantes podamos estar presentes para contrarrestar (o al menos no sumar) el malestar emocional.

Es importante que les traslademos a los y las adolescentes que la incomodidad o el malestar que puedan sentir en un momento determinado no va a durar para siempre. Que todo pasa y se transforma y que les ayudemos a ir ordenando las emociones y lo que han sentido en un momento determinado para que poco a poco puedan encontrar otro significado.

Necesitamos ofrecer esperanza a los adolescentes y hacerles sentir que tienen apoyo y recursos suficientes para poder transitar la vida.

Ayudarles a reescribir la historia (resignificar) aquello que pasó les va a permitir ampliar la mirada y la mente. Y cuando la mente se amplia, hay menos miedo y se crea más espacio para poder ver nuevas opciones, recursos y posibilidades.

Te dejo a continuación algunas preguntas poderosas que pueden ayudarte a la hora de acompañar a tu hijo/a adolescente a reescribir «su historia»:

  • ¿Es eso verdad?

  • ¿Puedes saber con absoluta certeza que ese pensamiento de tu cabeza es la única verdad posible?

  • ¿Qué te provoca ese pensamiento? ¿Cómo te hace sentir?

  • ¿Quién serías sin ese pensamiento?

  • ¿Qué otras opciones o pensamientos podrías también contemplar en esta misma historia?

Con todo esto vamos inspirándoles a saber que pueden «elegir» nuevos pensamientos y nuevas formas a la hora de responder a lo que pasa en el exterior. No es que «yo soy así» sino que hasta el momento «he aprendido a responder así» y siempre tenemos la posibilidad de aprender a hacer las cosas de forma diferente.

Al igual que tenemos el poder de elegir la ropa que nos ponemos cada mañana, tenemos el poder de ir entrenando nuestros pensamientos y herramientas emocionales y de buscar ayuda en el caso de que la necesitemos.

También es importante que les dotemos de «anclajes emocionales» a los que poder regresar y calmar la intensidad emocional siempre que lo necesiten.
Estos anclajes son recursos internos que todos y todas tenemos. Esto se explica extensamente en la teoría polivagal en la que no voy a entrar ahora.

¿Y cómo se construyen los anclajes emocionales?

Se trata de llevar nuestra mente y nuestro cuerpo a conectar con algo que nos produzca bienestar y calma: un recuerdo, un lugar, una persona… y dejarnos respirar ahí, sintiendo como poco a poco esa sensación va calando en nosotros/as.

Algunos anclajes emocionales propios y de otros chicos/as con los que trabajo:

  • Sentir en el cuerpo el calor del sol

  • Oler y sentir la brisa del mar

  • El chocolate

  • Sentir el abrazo de un ser querido

  • El contacto con un árbol

  • La respiración consciente (inhalando en 4 tiempos y exhalando en 4 tiempos)

  • Las risas con los amigos/as

  • La música

  • Ver el cielo

  • Estar en un parque o en un jardín

  • Practicar a gratitud hacia algo o hacia alguien

Por último, recordarte que todo dolor viene acompañado de un aprendizaje. Y dolor no significa sufrimiento como he dicho anteriormente. Si sientes que necesitas ayuda para acompañar emocionalmente a las personas adolescentes de tu vida, pídela. Somos muchos/as los/as profesionales al servicio.

Es posible remontar el río de las emociones.

Con cariño, 

Neus Policarpo Juan

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